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Dos números menos de Jorge Bucay

lfmartinez3

El pasado sábado compartimos reflexiones sobre este cuento en la despedida online que hicimos con alumnos y ex alumnos de ApruebaYa!

Es muy interesante conocer y estar abierto a las distintas interpretaciones que pueden realizarse de un mismo texto. En este caso, hubieron comentarios sobre distintos puntos de vista, de lo más diversos. Esto sin duda enriquece muchísimo la experiencia de comprensión lectora, así como la reflexiva en tanto amplia el espectro de visión que tiene cada uno.

A modo general, el cuento de Bucay se enmarca como un texto que permite un análisis filosófico. Por un lado nos conduce a pensar acerca de nuestras desiciones, si con estas caminamos por la vida calzando dos números menos, sin que esto sea necesario ¿Cuántas condiciones e imposiciones nos colocamos por el mero hecho de "encajar" socialmente o de agradar a los demás?

Por otro lado, este texto también nos para a esgrimir acerca del esfuerzo que nos proponemos afrontar para conseguir nuestras metas, como el mismo es importante y valioso. Aunque tal vez hay momentos en los que también es pertinente aliviar las cargas y las presiones. Cómo sucede que en ocasiones sin ser conscientes hacemos que nuestra vida sea más compleja

Finalmente, también se puede observar un análisis desde el entorno de trabajo actual, meditando acerca de los hábitos, la costumbre, la rutina que nos marcamos, todo lo que lleva a realizar acciones en piloto automático, que no hace más que abrumarte y en algunos casos esclavizarte.


Aquí les dejo el cuento de J. Bucay ¡Espero que lo disfruten!




















Dos números menos


Esa tarde venía con un tema preparado: quería seguir hablando sobre el esfuerzo.

Cuando lo hablamos en el consultorio me pareció bastante razonable; pero a la hora de

poner en práctica lo aprendido, me resultaba imposible ser coherente con lo que en teoría

sonaba tan deseable.

—Siento que definitivamente no puedo vivir sin hacer, de vez en cuando por lo menos,

algunos esfuerzos. Es más, la verdad, me parece imposible que alguien, cualquiera,

pueda hacerlo.

—En algo tienes razón –me dijo el gordo—. Yo me he pasado gran parte de mis últimos

veinte años intentando ser fiel a mi ideología y no siempre con éxito. Creo que a todos les

debe pasar lo mismo. La idea del “no—esfuerzo” es un desafío, una práctica, una

disciplina. Y como tal, requiere de entrenamiento.

—Al principio a mí también me parecía imposible –siguió— ¿qué iban a pensar los demás

de mí, si no iba a esa reunión?, ¿si no los escuchaba atentamente aunque me importara

un bledo lo que tenían que decir?

¿Si no me mostraba agradecido con ese tipo al que yo consideraba una basura?

¿Si contestaba fácilmente que NO a un pedido al que simplemente no tenía ganas de

acceder?

¿Si me daba el lujo de trabajar cuatro días por semana renunciando a ganar más dinero?

¿Si transitaba el mundo sin estar bien afeitado?

¿Si me negaba a dejar de fumar hasta que no pudiera hacerlo naturalmente?

Si...

Alguna vez escribí que esta idea del esfuerzo necesario es una creación social que parte

de una ideología determinada, de una ideología de hecho bastante severa con la imagen

del hombre social. Parece bastante claro que si el hombre es vago, malvado,.egoísta y

dejado, entonces, el hombre debe esforzarse para 'mejorarse'. Pero, ¿será cierto que el

hombre es así?

Yo escuchaba fascinado, no tanto por lo que Jorge me decía, sino por mi propia imagen

de lo que sería vivir relajadamente, sin peleas conmigo mismo, tranquilo y sin prisas, sin

preguntarme nunca más: “¿Qué m... hago yo aquí?”.

Pero ¿por dónde empezar?

—Primero –siguió Jorge, como si adivinara mis pensamientos— antes que ninguna otra

cosa es preciso desactivar una trampa que nos pusieron cuando éramos así de

chiquititos. Esta trampa es una idea tan prendida en nosotros, que forma parte de esta

cultura explícita e implícitamente:

“Sólo se valora lo que se consigue con esfuerzo.”

Como dirían los americanos, esto es bull—shit (bosta de toro).

Cualquiera puede darse cuenta con su propio sentido de realidad que esto no es cierto, y

sin embargo, estructuramos nuestra vida como si fuera una verdad incuestionable.

Hace algunos años “describí” un síndrome clínico que aunque no está registrado en los

tratados médicos ni psicológicos, ha sido padecido, o lo es todavía, por todos nosotros.

Decidí llamarlo, ya vas a ver por qué: El síndrome del zapato dos números más chico.

El hombre entra en la zapatería, un vendedor amable se le acerca:

—¿En qué lo puedo servir, señor?

—Quisiera un par de zapatos negros como los de la vidriera.

—Cómo no, señor. A ver, a ver... el número que busca...

debe ser... 41, ¿verdad?

—No, quiero un 39, por favor.

—Disculpe, señor, hace veinte años que trabajo en esto y el número suyo debe ser 41,

quizás 40, pero... ¿39?

—39 por favor.

—Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?

—Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos 39..El vendedor saca de un cajón

ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y con

satisfacción, proclama:

—¿Vio? Como yo decía: ¡41!

—Dígame ¿quién va a pagar los zapatos usted o yo?

—Usted.

—Bien, entonces ¿me trae un 39?

El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos número 39. En

el camino se da cuenta de lo que pasa: los zapatos no son para él, seguramente son para

hacer un regalo.

—Señor, aquí los tiene: 39 negros.

—¿Me da un calzador?

—¿Se los va a poner?

—Sí. Claro.

—Son... ¿para usted?

—¡Sí! ¿Me trae el calzador?

El calzador era imprescindible para conseguir hacer entrar ESE pie en ESE zapato.

Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie

dentro del zapato. Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos, con dificultad, sobre la

alfombra.

—Está bien. Los llevo.

El vendedor siente dolor en sus propios pies de sólo imaginar los dedos aplastados dentro

del 39.

—¿Se los envuelvo?

—No, gracias. Los llevo puestos.

El cliente sale del negocio y camina, como puede, las tres cuadras que lo separan de su

trabajo.

El hombre trabaja de cajero (¡!) en un banco. A las cuatro de la tarde, después de haber

pasado más de seis horas parado dentro de esos zapatos, su cara está desencajada,

tiene las conjuntivas inyectadas y lágrimas caen copiosamente de sus ojos.

Su compañero, de la caja de al lado, lo ha estado mirando toda la tarde y está

preocupado por él:

—¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?

—No. Son los zapatos..—¿Qué pasa con los zapatos?

—Me aprietan.

—¿Qué pasó? ¿Se mojaron?

—No, son dos números más chicos que mi pie...

—¿De quién son?

—Míos.

—No entiendo. ¿No te duelen los pies?

—Me matan, los pies.

—¿Y entonces?

—Te explico –dice, tragando saliva—. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones, en

realidad, en los últimos tiempos tengo muy pocos momentos agradables.

—¿Y?

—Yo me mato con estos zapatos. Sufro como un hijo de puta, es verdad... Pero dentro de

unas horas, cuando llegue a mi casa y me los saque... ¿Te imaginas el placer?... Qué

placer, loco... ¡Qué placer!

—Parece una locura, ¿verdad? Lo es, Demián, LO ES. Esta es en gran medida nuestra

pauta educativa. Yo creo que mi postura es también un extremo. Sin embargo, vale la

pena probarla como si fuera un saco, a ver cómo nos queda.

Yo creo que no hay nada verdaderamente valioso que se pueda obtener con el esfuerzo.

...Me fui pensando en su última frase, grosera y contundente:

EL ESFUERZO, PARA LOS CONSTIPADOS.


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